En el sector farmacéutico solemos hablar de innovación, de competitividad y de acceso a medicamentos. Sin embargo, estoy convencido de que nuestra verdadera trascendencia va mucho más allá de la venta de productos. La responsabilidad social en salud no puede limitarse a entregar tratamientos de calidad. Implica también generar un impacto positivo en la comunidad, en la educación y en la prevención.
He visto de cerca cómo las empresas del sector, incluyendo la que represento, han comenzado a dar pasos firmes en esa dirección: campañas de educación sanitaria, programas de prevención en comunidades vulnerables, alianzas con organizaciones sociales y acciones de voluntariado corporativo. Todo ello tiene un punto en común: colocar a la persona en el centro, no solo como paciente o consumidor, sino como ciudadano que merece vivir en un entorno más saludable y justo.
La brecha en acceso a la salud
El Perú arrastra una brecha importante en acceso a servicios de salud. Según el INEI (2023), solo el 44% de peruanos accede a medicinas a través del sistema público, lo que significa que más de la mitad recurre a canales privados o informales para conseguir sus tratamientos. Esto evidencia que el medicamento no siempre llega de forma segura y oportuna a quienes más lo necesitan.
Aquí la responsabilidad social de las empresas farmacéuticas juega un rol crucial: no se trata únicamente de participar en el mercado, sino de contribuir a cerrar esa brecha con iniciativas que complementen los esfuerzos del Estado.
Ejemplos de impacto
En los últimos años, hemos impulsado campañas de donación de medicamentos en emergencias sanitarias, capacitaciones a profesionales de la salud en zonas alejadas y programas educativos para fomentar el uso responsable de los antibióticos. Cada acción de este tipo refuerza un principio que considero esencial: la salud es un derecho, no un privilegio.
También hemos aprendido que la educación es una de las mejores formas de prevención. Talleres en colegios sobre nutrición y autocuidado, charlas comunitarias sobre salud mental o campañas de sensibilización contra la automedicación son iniciativas que generan cambios sostenibles en la sociedad.
La responsabilidad social como cultura
La responsabilidad social no debería entenderse como una acción aislada. Para que sea efectiva, debe integrarse en la cultura de la organización. Eso implica tomar decisiones de negocio que consideren el impacto en la comunidad, en el medioambiente y en la salud pública.
Por ejemplo, promover empaques reciclables, optimizar cadenas de distribución para reducir huella de carbono o desarrollar programas de inclusión laboral en el sector salud. Todas estas son expresiones de una visión más amplia, que entiende que el éxito empresarial solo tiene sentido si se traduce en bienestar colectivo.
Más allá del producto
La pandemia nos enseñó que los medicamentos, aunque esenciales, no son suficientes por sí solos. Se necesita prevención, educación, infraestructura y, sobre todo, confianza. Por eso, la responsabilidad social del sector debe enfocarse en acompañar a las comunidades en todo el ciclo de la salud: desde la promoción de hábitos saludables hasta el acceso a tratamientos y la rehabilitación.
Hoy, hablar de responsabilidad social en salud significa mirar más allá de los indicadores de venta. Significa preguntarnos qué huella dejamos en la sociedad, cómo fortalecemos el sistema sanitario y de qué manera ayudamos a que los peruanos vivan mejor.
Estoy convencido de que el futuro del sector farmacéutico no se definirá únicamente por la innovación científica o la capacidad de producción, sino también por la capacidad de impactar positivamente en la vida de las personas. Y ese compromiso empieza reconociendo que nuestra misión va mucho más allá de vender medicamentos: se trata de construir salud y confianza para todo un país.